La España futbolística de los años 90 está inevitablemente asociada a la personalidad volcánica de Javier Clemente, un técnico irrepetible, para bien o para mal. Muchos años antes de Sudáfrica y el 'Iniesta de mi vida', el sino de la selección española en las grandes citas era el de luchar como nunca y perder como siempre. La imagen de la nariz rota, la sangre y las lágrimas de Luis Enrique en el Mundial de 1994 simboliza como ninguna la 'furia' de aquella selección que el entrenador de Barakaldo dirigió entre 1992 y 1998. Unos jugadores que iban a muerte con el míster y un país dividido en torno a su estilo, sus decisiones, sus estrategias y sus modales. Al final, poquísimas derrotas pero ningún título que celebrar.
25 años después un documental de Movistar +, 'La España de Clemente', vuelve a poner el foco sobre aquella época que se antoja tan lejana y, por supuesto, sobre su controvertido protagonista. "Todo ha cambiado", admite Clemente en una entrevista en El País en la que no duda en pegar palos al fútbol actual.
Clemente echa de menos una época en la que la gente iba al campo, apoyaba el equipo y los jugadores se relacionaban con la afición sin ataques de divismo ridículos. Para el de Barakaldo, el dinero y los trapicheos tienen la culpa de que que "el respeto, la autoridad y el trato al público" se haya ido perdiendo.
A Clemente siempre se le acusó de resultadista, y aún sigue pensando en que el fin justifica los medios, sin componendas sentimentales. Que una promesa como Gabri Veiga prefiera marcharse al fútbol árabe porque pagan más antes incluso de intentar despuntar en la Champions League le parece estupendo.
Con una visión tan poco romántica del fútbol resulta un poco extraño que Clemente asegure que cambiaría su carrera de entrenador -en la que ganó dos títulos de Liga dirigiendo al Athletic en los años 80- a cambio de no haber tenido la lesión que sufrió cuando jugaba al fútbol y que le retiró prematuramente: "Sin dudarlo. Del fútbol lo que más me gusta es jugar. A cualquiera, vamos".
La frase que mejor define el estilo espartano de Clemente, aquel que prefería a estajanovistas dispuestos a dejarse siempre la piel en el césped antes que a finos estilistas tocados por un talento tan especial como intermitente.
Frente a toda la parafernalia que rodea al fútbol actual, Clemente defiende una idea más básica de encarar el deporte, una en la que el estilo lo determinaba el tipo de jugadores que tenía. Él miraba al rival y se preguntaba "¿cómo les ganamos a estos tíos?". La respuesta es obvia: cogiendo a los jugadores que sabían hacerlo y poniéndoles a hacer lo que sabían.