"Muere siendo un héroe o vive lo suficiente para verte convertido en un villano", era una de las frases más célebres de 'El Caballero Oscuro'. Rafa Nadal no es Batman, pero sí lo más parecido a un superhéroe que ha dado el deporte español. Una leyenda viva que ha ganado 22 títulos de Grand Slam, muchos de ellos apelando a la épica más desatada, capaz de ganar finales incluso con un pie anestesiado, pero también admirado por su comportamiento intachable en la pista, incansable espíritu de lucha y sacrificio, deportividad, carácter cabal y talante solidario. El tipo con el que (casi) todos los españoles querían irse de cañas. Por eso mismo causa más estupor su decisión de aceptar ser embajador de la Federación de tenis de Arabia Saudí, un régimen que desprecia la libertad de expresión y que no respeta los derechos humanos. La pregunta flota en el ambiente: ¿Qué necesidad había de comprometer así una reputación duramente ganada a base de sangre, sudor y lágrimas?
Porque Rafa (nótese que a Nadal se le suele llamar Rafa, porque a todos nos gusta verle como ese colega de barrio de toda la vida) no ha sido un tenista más. Desde que en 2005 levantó su primer Roland Garros con solo 19 años, melena al viento, bíceps de hierro y un aire de guerrero salvaje con trazas de outsider que se iría domesticando con los años, acostumbró a la afición a las gestas más grandes que la vida.
A protagonizar relatos míticos dignos del Mío Cid, como plantar cara al mejor de todos los tiempos, Roger Federer, para terminar superándole en finales legendarias y aún así mantener con el archienemigo una amistad a prueba de lágrimas (las que ambos derramaron con las manos entrelazadas en la retirada del suizo). Y así, además de mito deportivo, Nadal terminó convirtiéndose en un modelo de comportamiento, en un ejemplo a seguir para todo un país más allá de ideologías, incluso aunque poner en grave riesgo su físico no sea precisamente el mejor de los ejemplos.
Aún hoy, a los 38 años, su terca resistencia a la retirada, a aceptar las señales que emite su cuerpo clamando por un descanso definitivo, se percibe como un autoimpuesto vía crucis digno de un ser bíblico más allá del bien y del mal. Su último lesión en el torneo de Brisbane, en el que regresaba a las pistas después de casi un año en barbecho forzoso por sus problemas físicos, no es sino el último capítulo en esa agónica batalla contra sí mismo. Y justo ahora, cuando debatíamos sobre si Nadal podría volver a ser Nadal una última vez en la inminente campaña de tierra batida, llega una polémica que ni el manacorense ni la afición necesitábamos.
“Mires por donde mires, en Arabia Saudí puedes ver crecimiento y progreso, y estoy entusiasmado de ser parte de eso”, afirmaba Nadal en unas declaraciones difundidas en redes sociales para oficializar su compromiso “para ayudar al crecimiento del deporte e inspirar a una nueva generación de tenistas en Arabia Saudí”. Como parte del acuerdo, el mallorquín abrirá una nueva sede de su Rafa Nadal Academy en el país para “fomentar el talento y servir como un centro de excelencia para ayudar a los aspirantes a jugadores a cumplir sus sueños tenísticos”.
Todo esto podría ser muy loable de no ser por un pequeño detalle que ha hecho saltar todas las alarmas. Nadal ignora o pasa por alto que, además de progreso y crecimiento, en ese país se producen cientos de ejecuciones al año, la cárcel es destino habitual para activistas y opositores, las mujeres son ciudadanas de segunda, los trabajadores migrantes viven en condiciones de semiesclavitud y a los homosexuales se les castiga con latigazos.
Las reacciones, especialmente en redes sociales, no se han hecho esperar. Desde quienes no entienden cómo el manacorense ha aceptado asociar su imagen a semejante régimen extremista, hasta aquellos que encuentran en esta decisión la constatación de las dudas que ya les generaba el aura inmaculado del ídolo. Algunos lo justifican defendiendo que los niños y niñas saudíes con los que va a trabajar no tienen culpa de nada. Al fin y al cabo Nadal no es más que otro eslabón en la la estrategia del país árabe de convertir el deporte en una herramienta geopolítica.
Antes que el manacorense, Cristiano Ronaldo en el fútbol, John Rahm en el golf, la Fórmula Uno montando allí un Gran Premio o la Federación Española de Fútbol trasladando la Supercopa de España, ya habían sucumbido al plan de blanqueamiento de los petrodólares. Amnistía Internacional no se cansa de denunciar que Arabia Saudí lleva años utilizando el deporte como una herramienta de sportwashing. "La estrategia siempre es la misma: ocultar el historial de derechos humanos para mostrar una apertura y una modernidad que contrasta con la realidad de estos derechos", asegura la organización.
La pregunta es por qué también Nadal. ¿Solo por dinero? Manuel Jabois se cuestiona en 'El País' que "si no es dinero (insértese emoji de obviedad), ¿por qué Nadal elige Arabia Saudí y no otro país, en el que hay tantos niños, menos recursos, y su rostro y su nombre no servirá como propaganda de una dictadura ultrarreligiosa?". Ángeles Caballero ahondaba en la SER en la vertiente económica: "Está muy bien, desde luego, que quiera aumentar su patrimonio económico, pero sabe Nadal (...) que también tiene otro tipo de patrimonio que es el reputacional. Me pregunto si vale la pena sacrificar los principios por unos cuantos millones más, aunque también cabría preguntarse si sabemos cuáles son esos principios".
Quizás ahí radica el fondo de la cuestión, en haber sobredimensionado la figura de un simple deportista otorgándole unas cualidades idealizadas más allá de lo razonable. "Nadal es uno más. Y ese quizá es el chasco de quienes lo subieron a los cielos como santo sin ver que solo es un hombre. Nadie es perfecto, ni falta que hace, pero cuesta reconocerlo. Dicho esto: ya te vale, Rafa", resume Luz Sánchez-Mellado en 'El País'.
Preguntamos a la psicóloga María Fernanda Plata por la necesidad de la sociedad de construir héroes, símbolos comunitarios a los que poner en un pedestal. "El mito del héroe es el arquetipo de la excelencia humana por antonomasia. Es el 'Yo Ideal' al que aspiramos. A las figuras heroicas que escogemos y encumbramos, muchas veces deportistas de éxito, les otorgamos las cualidades y valores humanos más elevados. Los convertimos en semidioses, en hijos de alguna divinidad", nos explica.
¿Qué pasa entonces cuando nos damos cuenta de que nuestros héroes también puede tener los pies de barro? "La caída de un héroe-símbolo, de un semidiós, hace que inmediatamente se convierta en un corriente mortal, uno de los nuestros, alguien de quien podrás opinar, querer u odiar de manera más democrática. Ya no pertenece a lo sagrado", subraya la psicóloga.
Pero que nuestros ídolos nos decepcionen y los mitos se nos caigan no es necesariamente negativo. "Es sano y positivo el que se caigan héroes de antes porque la humanidad evoluciona y busca semidioses más cercanos a nuestros nuevos valores. En el caso de Nadal creo que su caída es también consecuencia de la caída de los valores patriarcales y capitalistas que él ha representado tan bien", finaliza María Fernanda Plata. Al fin y al cabo, el propio Rafa ha dicho siempre que su único mérito es pasar la pelota por encima de la red. Puede que el error sea esperar algo más que eso.