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Fernando Romay y el baloncesto de los 80: "Éramos una panda de bandarras y yo un bicho raro"

  • El exjugador de baloncesto, que firmó la histórica plata de Los Ángeles 84, cuenta sus vivencias dentro y fuera de la cancha

  • Las bromas sobre su estatura le costaron más de una discusión de niño: “La estupidez humana es persistente”

  • Fue toda una estrella del Real Madrid, donde tuvo que entrenar los primeros meses con unas zapatillas con la punta cortada porque no había su talla

Con los Juegos Olímpicos de París la ilusión se disparó, aunque no se logró superar el número de medallas de Barcelona, pero hay algunos que todavía se acuerdan de una de las medallas más inesperadas y rompedoras (por lo que supuso para el baloncesto) de Los Ángeles 84. Allí estuvo Fernando Romay (La Coruña, 1959) colgándose la plata del cuello tras caer con los invencibles americanos en la final. “Fue un oro blanco”, dice él cuando lo recuerda porque aquella selección era inalcanzable para ninguna otra.

Ahora, Fernando, que colgó las zapatillas hace ya tres décadas, echa la vista atrás para recordar aquellos Juegos… y mucho más. Desde su infancia hasta su papel actual en la sociedad.

La primera pregunta es poco original pero obligatoria por el 40 aniversario. ¿Cómo recuerdas aquella plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84?

Lo recuerdo con mucho cariño. Además, este año me lo están recordando con frecuencia por el 40 aniversario. La Federación, las autoridades… pero sobre todo la gente, que se nos acerca para comentarnos lo que estaban haciendo, que si era la primera vez que su padre le permitía trasnochar...

Eso de sentir que eres un momentito en la vida de muchas personas por algo que has hecho, la verdad, mola mucho. 

¿Crees que aquel momento sirvió en cierto modo para poner de moda el baloncesto en España?

En cierto modo, sí. Yo me di cuenta cuando volvimos y fui a La Coruña a ver a mis padres y me encontré con que un chaval había cogido el banco del parque, que toda la vida había sido una portería, lo había puesto de pie y usaba el posamanos como canasta con una pelota chiquitita. Era en el parque de La Palloza y ahí me di cuenta de que algo estaba cambiando.

Ahí pensé que habíamos hecho algo en favor del baloncesto, que era algo mucho más allá de las palmadas en la espalda, la medalla o el reconocimiento por el éxito. La gente empezó a vivir baloncesto. 

¿Cómo era aquel equipo? Viéndolo con el paso de los años da la sensación de que había perfiles muy serios compartiendo vestuario con otros, tú incluido, más cachondos.

Los serios eran los bajitos [risas].La verdad es que un equipo es grande cuando es diverso y aquel lo era. Si no eres diverso, yo creo que es difícil hacer equipo. Y ahí había gente para todo. Estaban los más divertidos, los más empáticos, los más simpáticos, los más currantes, los más callados pero que tenían su gracia por dentro. Había de todo. 

¿Y dónde estaba Fernando Romay entre todo eso? ¿Cuál era tu papel en el vestuario

Indudablemente, el guapo [risas]. No, yo era el distinto, el bicho raro de los cojones. 

También eras el diferencial. Al final eras poco menos que imprescindible. 

Yo creo que lo diferencial era el equipo. Igual que ahora. El equipo actual me recuerda mucho al nuestro. Y algunos anteriores también. Lo importante es el bloque. Un ejemplo claro son los Gasol, que han seguido viniendo a la selección pese a ser estrellas de la NBA, de tener ya el anillo… Ellos se sentían parte del equipo, lo sentían como propio. 

El sentimiento de pertenencia era clave.

Exacto. Ese sentimiento de pertenencia, de estar en el equipo, yo creo que es algo que unía mucho a las elecciones de entonces. De hecho, Antonio Díaz Miguel no decía que era seleccionador. Cada vez que le decían que era seleccionador, le mataban.

Díaz Miguel odiaba que le llamasen seleccionador y que le llamasen míster

Había dos cosas que odiaba. Una era que le llamasen seleccionador y otra que le llamasen míster. Él decía que coach en todo caso porque él era el entrenador del equipo nacional. 

Díaz Miguel tenía fama de ser muy serio, de ser inflexible.

Antonio era la simpatía personificada y era serio cuando se tenía que poner serio. Era el entrenador. Y nosotros éramos una panda de bandarras que a veces le obligábamos a ponerse serio y no dejarse tomar el pelo. Por eso llegamos a un acuerdo tácito que llevábamos muy bien. 

¿En ese acuerdo se hablaba de la cancha y de fuera de la cancha?¿En Los Ángeles también hubo tiempo para el cachondeo? 

Sí, por supuesto. Pero el cachondeo nos lo montábamos nosotros porque éramos totalmente naífs. Hubo una noche que nos aburríamos y nos pusimos a jugar al ‘tú la llevas’ con un frisbee. Ese era el nivel. 

¿Tanto os aburríais en la Villa Olímpica?

No. Pasábamos las noches como podíamos. Hacíamos mucha vida en común en La Villa Olímpica, que era la Universidad de Southern California, que estaba cercada y teníamos de todo. Era como un templo en el que no podía entrar nadie más que los deportistas, pero había muchas cosas para hacer, había cantidad de actividades. Incluso había fiestas para los que iban quedando eliminados no se aburriesen hasta que volviesen a su país.

Había de todo un poco. Además, veníamos de la parquedad y de la austeridad de los Juegos Olímpicos de Moscú en el 80 y en Los Ángeles todo era luz, brillo, color… y cachondeo.

Dentro de la pista, ¿teníais realmente entre ceja y ceja la posibilidad de poder hacer medalla? El oro era inalcanzable. 

Teníamos la intuición de que podíamos llegar a hacer algo. Veníamos de una medalla de plata en el Europeo y sabíamos que estábamos en el momento de poder hacer algo. Pero la medalla, pues no. No nos veíamos en la final. Más bien lo soñábamos, era una utopía.

Y al final, plata. ¿Ganar aquella medalla fue como ganar el oro? Cuando estaba Estados Unidos enfrente... 

Fue un oro blanco, sí. Los americanos llevaban un equipo increíble y estaba el país entero volcado en que ganaran el oro. Un ejemplo es que fuimos a una concentración previa en North Carolina en la que pretendíamos jugar amistosos para adaptarnos al nivel americano, pero la Federación Americana prohibió a todos los jugadores hacer equipos para jugar contra selecciones que fueran a participar en los Juegos Olímpicos. 

La Federación Americana prohibió a todos los jugadores hacer equipos para jugar contra selecciones que fueran a participar en los Juegos Olímpicos

Buscamos rivales donde pudimos, pero lo tenían absolutamente prohibido. Nos decían que se les podía caer el pelo. Por eso nos tuvimos que ir a México a jugar tres partidos de los que terminamos jugando uno y medio de la leña que nos daban.

En los propios Juegos os tocó dos veces contra Estados Unidos. Primero en la fase de grupos y luego en la final. 

Eso estaba buscado. Saporta decía siempre que quería al rival más importante en el grupo porque, en caso de perder, como iba a ser el caso contra Estados Unidos, nunca le ibas a encontrar en los cruces hasta la final. 

Dejando un poco de lado los Juegos, para llegar hasta ahí, tú empezaste en Galicia, pero te llamó pronto el Real Madrid. 

Tan pronto que no había ni fichado por ningún equipo hasta entonces. Mi primer equipo fue el Real Madrid. 

¿Tienes la sensación de que siendo tan algo tenías que jugar al baloncesto casi por obligación

Siendo tan alto como soy, es que tenía que jugar a baloncesto, pero jamás lo vi como una obligación. Todo lo contrario. Si hubiera sido así, no habría jugado tanto. En mi segundo año en el Madrid yo hacía cuatro sesiones de entrenamiento. Acababa machacado. Pero aquello no lo hacía por obligación sino por sentimiento.

En mi segundo año en el Madrid hacía cuatro sesiones de entrenamiento. Acababa machacado. Pero aquello no lo hacía por obligación sino por sentimiento

Además, fui descubriendo cosas muy importantes que me ofrecía el baloncesto según iba practicándolo. Fue una ilusión creciente. Nunca obligación. Es más, cuando vi que era una obligación, me retiré. Cuando vi que estaba estirando la goma demasiado, me retiré y me fui. No quería ser profesional en el mal sentido.

¿Es verdad la anécdota de que cuando llegaste a Madrid no te llegaban las zapatillas y tenías que jugar con los dedos por fuera o es una leyenda?

Completamente cierta. No había infraestructura ninguna para un chaval que calzaba un 56. Ten en cuenta que era el año 74 así que hasta enero no me llegaron las zapatillas, pero yo fui entrenando con los dedos por fuera y feliz.

Como siempre en esta vida, cuando se te plantea un problema puede ser una oportunidad. Yo no había jugado nunca en un equipo y mis conocimientos del baloncesto eran más que limitados así que esos meses que estuve sin zapatillas, aproveché para coger la técnica individual y algo de condición física para poder aguantar los entrenamientos con mi equipo. 

Me vino muy bien no tener zapatillas, pude avanzar sin que fuese nada traumático, sino más bien fruto de las circunstancias.

Fue una demostración clara de que apostabas por el baloncesto. 

Es una de las cosas que tengo que agradecer muchísimo a mis padres. Siempre me animaron, con el gran dolor que le suponía a mi madre el hecho de que estuviera fuera, siempre me animaron a seguir en Madrid y a seguir trabajando.

Cuando eras solo un chaval pero eras tan alto, ¿alguna vez tuviste problemas en el colegio o en el instituto? ¿Se metían contigo?

Yo tengo suerte de haber sido un bicho raro en aquella época y no en esta. En esta habría sido mucho peor. Entonces era todo mucho más doméstico. Si se metían contigo, se metían los de tu clase. Ahora se meten contigo, lo graban y eres un bicho raro para dos millones de personas.

Tengo suerte de haber sido un bicho raro en aquella época y no en esta. En esta habría sido mucho peor

En aquella época eras un bicho raro y si se metían contigo lo podías arreglar de dos maneras: discutiendo o a guantazos. Normalmente, ese tipo de cosas se arreglaban más de la segunda manera, pero no pasaba nada.

Supongo que en aquella época, además, al que se llevase un guantazo a mano abierta de un tipo de dos metros tampoco le quedaron ganas de insistir con la broma.

Sí que insistían, sí. Éramos gilipollas todos. Digamos que la estupidez humana es persistente cuando menos.

Cuesta imaginarte enfadado. La imagen de Fernando Romay siempre se ha vinculado a la alegría, la risa, el buen rollo…

A ver… Yo trato de divertirme. Todo lo que pueda ser divertido es un objetivo para mí. Soy de los que piensan que normalmente te arrepientes de lo que no haces. Lo que haces te puede gustar más o menos, pero trata de pasártelo bien y que se lo pase bien la gente.

Así te has labrado una reputación como uno de los deportistas españoles más queridos. 

¿De qué te vale ser alguien conocido o una medalla de plata si no haces un buen uso de ella? Tienes que hacer buen uso de tu fama y de tus logros aportando cosas a los demás.

Por ahí aparece tu colaboración en la última campaña de Ayuda en Acción para concienciar sobre el cambio climático.

Eso es. Cuando me dijeron de apadrinar esta causa me pareció absolutamente necesario hacerlo. Nosotros tenemos relativa suerte de que estamos en la zona templada de la Tierra y de que todavía no nos ha llegado mucho, pero hay sitios donde están pasando hambrunas y está muriendo mucha gente. Nos ha tocado nacer en la zona buena del planeta y tenemos el deber de ayudar a todos aquellos que lo están pasando mal en otros lugares del mundo. El cambio climático nos afecta a todos y hay que ser conscientes de cómo lo está haciendo en las zonas más débiles del mundo. El mundo nos está haciendo pagar todo lo que nos hemos aprovechado de él.