El corredor madrileño Chema Martínez (49 años) ha regresado tan vital y triunfante como exhausto de la Jimbee Volcano Ultra Marathon de Islandia, una prueba insultantemente dura de 5 días y 235,5 kilómetros en la que los competidores han corrido una maratón diaria con desnivel, mal tiempo, lluvia y temperaturas de entre 0 y 3 grados. Una mochila, unas cuantas barritas energéticas, dos trozos de fuet, algo de abrigo y un botiquín ha sido, a grandes rasgos, todo el equipamiento que ha cargado a sus espaldas para ganar una de las pruebas más duras del mundo. Las secuelas las deja claras al principio de la charla. "Hoy, para bajar de la cama, he necesitado una grúa", confiesa entre risas.
Martínez cumple 50 años en unos días. Y llega con las ganas de ganar intactas, convencido de que la edad no es un impedimento para continuar con su insaciable sed de competición. Queda Chema para rato; al menos, hasta que el cuerpo aguante. No hay alternativa: su vida pasa por las ultramaratones de montaña, la disciplina que cubre largas distancias a pie por montañas con la que se reconvirtió tras dejar las carreras de fondo en pista. Reinventarse o morir, dicen. "El mes que viene cumplo 50 años, pero mis ganas de competir por ganar siguen intactas", afirma.
Hablamos con él para que nos cuente su experiencia, así como algunos de los momentos más complicados de la carrera. Nos ofrece un testimonio que dibuja un viaje irrepetible, un país prácticamente virgen y un vaivén emocional que le ha hecho conectar con el entorno y constatar que sus 50 años no son ni mucho menos un punto y final, sino una etapa más que superar en su devenir deportivo.
El país le ha cautivado. El esfuerzo ha sido mayúsculo, pero ha valido la pena. Ha encontrado parajes de ciencia ficción, aristas y volcanes que le han proporcionado momentos íntimos con los interminables desiertos de arena negra. Martínez ha visto la belleza más salvaje a través del infierno físico que supone correr cinco maratones en seis días (la organización decidió cancelar una jornada por el mal tiempo y reajustar la ruta en la última etapa). "La parte complicada ha sido el esfuerzo, con el frío, el viento… Una maratón cada día te hace pasarlo mal. Hemos corrido con temperaturas de entre 0 y 3 grados, con un viento que hace que la sensación térmica sea más baja. Pero me he encontrado con un país salvaje, y eso, unido a todo el esfuerzo y las sensaciones que he vivido, se ha convertido en un chute de energía", cuenta por videollamada.
Esa convergencia con el entorno ha sido, en parte, por la propia naturaleza de la prueba: un homenaje a la autosuficiencia más pura. "Es una modalidad muy diferente. La gente está acostumbrada a correr maratones: tienen cada kilómetro marcado en su punto, saben al ritmo que tienen que ir, tienen liebres y avituallamientos… Aquí no, aquí eres tú, te marcas tu ritmo y tu propio camino. Con la edad es cierto que empiezas a valorar mucho más lo que está a tu alrededor, a olvidarte del tiempo y la tiranía del cronómetro que en ocasiones te lleva a la frustración", valora Martínez.
"Estar corriendo en medio de la naturaleza, entre lava y desiertos negros maravillosos, hace que siendo fiel a ese objetivo, que consigas el triunfo o no dependa de ti. Y eso es lo que lo hace mucho más atractivo, y yo creo que a la gente le gusta tener experiencias y vivencias".
La organización ofrecía agua para el transcurso de la carrera (cada competidor debía llevar un mínimo de dos litros y medio de volumen para poder cargarla) y también agua caliente para cocinar. También la llamada 'bolsa de frío': saco de dormir, esterilla, un abrigo de plumas, un gorro, un pantalón largo y una camiseta térmica. El resto corría de la mano de los competidores: desde un botiquín con vendas, apósitos, desinfectante de heridas, gel, agujas, hasta una manta térmica, un silbato, tiritas o una linterna frontal con pilas. Al ser una carrera extrema, también era imprescindible llevar un cortavientos, un chubasquero y unos guantes. Con ello, los corredores debían pasar los cinco días de kilometraje brutal.
Su amplia experiencia, sin embargo, no le libró de cometer algunos errores. En la primera etapa, el corredor se deshidrató y terminó padeciendo una hipotermia que logró superar sobre la marcha. La gestión sí fue la adecuada; tanto es así que Martínez terminó ganando la etapa. "Pasé de estar bien a sentir una sensación de frío brutal en todo el cuerpo. No sentía las manos, era incapaz de hacer la pinza con los dedos. En un momento dado, paré; intenté ponerme ropa, pero no era capaz de abrochar la mochila. Al final, logré ponerme ropa, entré un poco en calor y conseguí abrocharme la mochila", recuerda.
Pero algo seguía sin ir bien. "Notaba que iba caminando y cada vez que se empinaba el terreno -tenía siete kilómetros de ascenso-, los gemelos se me acalambraban. Pasé un momento complicado y de dificultad, esperando que al reanudar y entrar en calor volvería a tener buenas sensaciones. Conseguí coronar las cataratas, volví a encontrarme bien y gané la etapa", añade.
El resto de la carrera transcurrió sin mayores incidentes, más allá del tremendo dolor y la sobrecarga que supone el correr una maratón con desnivel diaria. Cuesta imaginarse cómo puede recuperarse el cuerpo en tan poco tiempo. Además del obvio descanso, lo más importante es la llegada a la meta, un ritual con una serie de pautas que Martínez cumplió a rajatabla.
"Al llegar, me comía un sobre de recuperación con hidratos de carbono y proteína. Luego, otro sobre solo de proteína, porque necesitas reponer la energía. Me sentaba con la ropa de competir, delante del fuego, y lo primero que hacía era eso. Si eres capaz de reponer en cuanto llegas, tu cuerpo absorbe mejor los recuperantes, porque está muy acelerado". Después de los suplementos, Martínez ingería una copiosa comida de cerca de 1.000 kilocalorías a través de sobres liofilizados, comida deshidratada envasada al vacío que se prepara con agua caliente.
Aunque el desgaste ha sido tremendo, Chema Martínez no se plantea otra forma de vida. Su mundo gira alrededor de la competición. Desde que descubrió el mundo de las ultramaratones, su pasión ha venido para quedarse. "Vivo cada día, no me preocupo del hasta cuándo. No me fijo objetivos a largo plazo. Mientras el cuerpo aguante, seguiré haciéndolo, porque es mi pasión y mi forma de vida", comenta respecto a las expectativas de futuro.
¿Se puede comenzar en el trail running a los 50? Depende de los objetivos que te fijes. "Si no has corrido nunca no te puedes plantear una competición de 280 kilómetros. Depende de tu vida, de cómo hayas entrenado, de tu preparación y de encontrar un objetivo acorde a ti. Estas experiencias son muy vitales y si vas caminando tampoco pasa nada. La edad no te impide poder llevarlo a cabo, aunque es un handicap a nivel físico, porque no tienes el mismo cuerpo que hace 30 años", reconoce.
¿Consejos para empezar? "Adaptarnos, llevar una progresión adecuada, ir evolucionando y fijarte un objetivo desde la honestidad", zanja.