La luz, la comida, nuestro entorno e incluso nuestro propio cuerpo son factores con los que nos relacionamos sí o sí cada día. Lo venimos haciendo desde hace miles de años, pero de un tiempo a esta parte (muy corto si lo comparamos con el tiempo que lleva el ser humano sobre la tierra) la evolución ha provocado que nuestra relación con esa serie de elementos fundamentales haya variado de forma notable.
Por eso, poco a poco cada vez más gente defiende una relativa vuelta a hábitos ancestrales que nos ayuden a encontrar la armonía, mejorando así nuestra calidad de vida. No se trata de dar la espalda a la evolución y volver a las cavernas sino de encontrar el equilibrio perfecto para aprovechar los recursos al máximo y de la mejor manera posible.
"Los hábitos ancestrales son, simplemente, coherencia evolutiva. El resultado de lo que tenemos hoy se ha creado a través de miles de años en lo que a formas de actuar y de adaptarnos se refiere. En todos los sentidos. Desde siempre han existido factores con los que hemos tenido que convivir y que han sido estresores para el ser humano. Desde algo tan sencillo como la fuerza de la gravedad, a la que hemos tenido que adaptarnos a base de fuerza para que no fuera un perjuicio, hasta los térmicos, el frío y el calor. Al ser humano no le ha quedado otra que adaptarse a ellos. Con mucho calor nos estresamos celularmente y con mucho frío también. Nunca en la historia de la humanidad hemos tenido un habitáculo a 23 grados para huir del frío o del calor”, nos explica Víctor Téllez, creador del sistema de entrenamiento TMov y, tal y como él mismo se define, ‘Body and Mind Coach’.
Una vez sabemos en qué consiste, a nivel teórico, esta tendencia a adoptar hábitos ancestrales en pleno año 2023, vayamos al lado más práctico y pragmático, dibujando lo que sería un día cualquiera para una persona de 50 años que viva en el centro de una gran ciudad en España.
“Lo ideal es levantarse con el sol, salir a la calle en ayunas y que te dé el sol en la piel para que despierte tu cuerpo. Así arrancamos los ritmos circadianos y nuestro organismo comienza a sincronizarse con el día. De esta manera generamos cortisol, que es un café natural para el cuerpo”, explica Carmen Salas, divulgadora de los hábitos ancestrales. Con este primer paso no hacemos sino lo que lleva el ser humano haciendo desde el principio de los tiempos, que es entrar en acción cuando el sol asoma por el horizonte, evitando así la desregularización que se ha producido en el mundo en este sentido en los últimos 200 años.
La relación del ser humano con el sol es uno de los grandes hábitos ancestrales que tenemos olvidados: “El sol nos cuida y nos protege y por eso debemos saber exponernos a él. Es necesario y bueno durante todo el año. Hace falta sentido común. En verano hay que exponerse al sol desde las 8 de la mañana hasta las 10 y cuando lleguen las horas más potentes debemos escondernos del sol, tal y como hacían nuestros ancestros”.
Continuamos con nuestro ‘día ancestral’ aprovechando una mañana en la que sería ideal evitar las ingestas para llegar a la hora de la comida y romper el ayuno (de mínimo 10 horas para que el tubo digestivo se limpie y se regenere) con grasas y proteínas. “El cuerpo va a estar deseando hidratos, pero deben ser lo último para que el cuerpo haga la digestión de un modo más lento y no aparezca el hambre tan rápido y de un modo mucho más frecuente del realmente necesario. Con dos comidas al día es suficiente y, desde luego, para mí es más sano comer una sola vez al día que cinco o seis. De cualquier forma, lo importante es ingerir lo que el cuerpo necesita a nivel de vitaminas, proteínas, minerales e hidratos”, apunta Carmen.
La alimentación es una de las claves para este retorno a la vida ancestral. “Para llevar a cabo una alimentación ancestral en el siglo XXI se tienen que cumplir una serie de requisitos que parten de eliminar los ultraprocesados, que no aportan casi nutrientes aunque sean prácticos al ser muy rápidos. Hay que alimentarse con lo que nos da la tierra y en el momento exacto en el que nos lo ofrece. Plantas de temporada, animales de la zona en la que vives… Por ejemplo, ahora en verano es una época en la que hay que consumir más cantidad de hidrato de carbono ya que hay que preparar al cuerpo para la llegada del invierno. Es momento de comer toda la fruta que nos ofrece la tierra para generar las reservas de cara al invierno”, nos explican.
El hecho de que la fruta y la verdura sean de temporada, así pues, no es un capricho: “Es importante consumir fruta de temporada porque el cuerpo está preparado para digerirlas mejor y porque la tierra es lista y nos ofrece en cada momento las que más nos convienen. Por ejemplo, en verano nos ofrece las que tienen licopenos y betacarotenos, que nos ayudan a asimilar mejor los rayos del sol y que la piel no se queme. Nada es por casualidad, todo tiene sentido”.
Y si importantes son la fruta y la verdura, también lo son la carne y el pescado: “Deben estar siempre presentes y que sean lo más variado posible. No siempre comer pollo o pescado blanco. Cuanta más biodiversidad, mejor para tu microbiota”. En este sentido, obviamente, también hay que tener en cuenta el cocinado. Hace miles de años no tenían vitrocerámica precisamente. “Cocinar los animales es mucho más sencillo ahora, pero lo básico debe seguir siendo igual que hace miles de años. Hay que desangrar y eviscerar la carne, comerla lo antes posible y sin someterla a grandes temperaturas para mantener los nutrientes y que no se rompan las proteínas. Cocción lenta a baja temperatura o muy rápida para que se deshaga el colágeno pero no lo rompa”.
Una vez concluida la comida y terminada la jornada laboral, es momento de moverse, de caminar todo lo posible, de jugar con los hijos, los nietos… “No importa tanto la intensidad del movimiento como el espectro de los mismos. Cuantos más, mejor”, indica Víctor, que no se queda ahí: “Además de este movimiento, lo ideal sería entrenar fuerza al menos tres días a la semana para evitar problemas a medio y largo plazo en el sistema nervioso central. La fuerza genera un proceso natural de adaptaciones en el cerebro para protegernos de enfermedades. Hay muchos estudios que demuestran que las personas mayores que han entrenado fuerza tienen mayor esperanza de vida”.
Llega la noche y hay que acostarse, más o menos, con el sol, pero hay algunas técnicas ancestrales que nos pueden ayudar en el descanso: “Es bueno realizar un ritual, como se hacía hace miles de años, con luz infrarroja. Hay estudios que demuestran que la exposición a una luz roja como es la del fuego por debajo de la línea de los ojos mejora la inducción al sueño. Hay que evitar luces blancas y azules sobre todo cuando ya no está el sol. Buscar la conexión con uno mismo también es un hábito ancestral. Escuchar al cuerpo, ser consciente de nuestras necesidades, de nuestras carencias y de nuestra vida. Cada uno tiene que saber mejor que nadie cómo está. Hace miles de años lo hacían sólo para encontrar la mejor manera de sobrevivir cada día”.
Sin embargo, después de repasar lo que sería un día cualquiera adoptando ciertos hábitos ancestrales, a uno le surge la duda de si únicamente se está poniendo palos en la rueda de la evolución. Víctor y Carmen tienen muy claro que no, que todo es cuestión de encontrar el equilibrio dentro de los niveles de estrés: “La evolución nos permite dominar mejor la dosis de los distintos tipos de estrés que llevamos tantos miles de años sufriendo. Lo que no podemos permitir es lo que está sucediendo y es que la evolución nos convierta en seres mucho más débiles por perder capacidad de adaptación. Hay que encontrar el equilibrio. Hay que saber utilizar lo que la tecnología y la evolución nos brinda para alejarnos de los estresores, pero sin olvidarnos que esos estresores, en una dosis correcta, prolongada y progresiva nos generan adaptaciones que suponen salud. Son amigos incómodos”, aseguran.
“La evolución, al ser cada vez más rápida, nos está llevando a que nuestras señales de estrés no se apaguen nunca. Hace miles de años el ser humano sentía el estrés del frío y lo solucionaba haciendo fuego, sentía el del hambre y lo solucionaba cazando… Ahora da la sensación de que la señal es constante aunque eso no sea real. El ser humano necesita generar estrés en su organismo para que este, con la respuesta oportuna, pueda sentir placer. Después de comer habiendo pasado hambre se siente placer, igual que si has pasado frío sientes placer al hacer fuego, pero si no sometemos a nuestro organismo a ese estrés desaparece la sensación de placer”, comenta Víctor.