Ana Lorenzo tenía 57 años y una vida completamente normal hasta que el 4 de enero de 2022 acudió a ponerse la tercera dosis de la vacuna contra el Covid. Ella no podía sospechar que aquel día daría un vuelco a su vida por completo. “Ese día ya me encontraba rara, pero es que al día siguiente me comenzó a doler el muslo muchísimo y no sabía por qué. El caso es que me acosté y cuando fui a levantarme por la mañana no me podía mover, no podía levantarme de la cama. Me había salido un hematoma muy grande en la ingle, que me bajaba por toda la pierna”, recuerda Ana.
Ana se asustó y comenzó a buscar en la medicina la causa de su problema: “Me asusté mucho y, claro, empecé a visitar médicos y más médicos para ver qué me pasaba. Me dijeron que tenía necrosis avascular de la cabeza del fémur. No podía ni andar, tenía que dar pasos de media cuarta. No podía subir la pierna y tenía que ir con muletas a todos lados. Los médicos me dijeron que me tenía que poner una prótesis de cadera y, de hecho, sigo en la lista de espera para ponérmela, aunque ya no sé qué voy a hacer porque ahora camino perfectamente”, explica.
Ana reconoce que lo pasó muy mal porque tenía la calidad de vida de “una anciana” de un día para otro: “Los médicos me iban a volver loca porque me decían que tenía que estar en cama durante meses. Nadie me daba una solución real para seguir viviendo con normalidad. No dormía, no podía estar sentada, no podía estar tumbada de lado… Nada. No podía montar en un coche sin tener que agarrarme la pierna para subirla”.
Nueve meses más tarde y docenas de pasos por consultas y por urgencias (a las que acudía en silla de ruedas) después, entre Ana y su marido encontraron una alternativa a la que se agarraron como a un clavo ardiendo: “Empezamos a investigar mi marido y yo otras vías para intentar curarme porque estábamos desesperados… y en septiembre contactamos con Víctor (Víctor Téllez es entrenador personal y experto en prevención y rehabilitación de lesiones y patologías), después de nueve meses de calvario”.
Fue en ese momento cuando todo cambió. Lo explica Ana: “A partir de empezar a trabajar con él ya era otra porque el dolor desapareció. Aún me queda trabajo por delante, pero es que me cambió hasta el ánimo y la autoestima. El primer día que llegué con las muletas, lo primero que me dijo fue que muy pronto dejaría de usarlas, todo lo contrario de lo que me decían los médicos y los fisios. Eso fue un chute de energía”.
Y lo explica el propio Víctor: “Durante las primeras seis semanas tuve que trabajar su psicología, ya que ella creía firmemente que no se curaría y eso no ayudaba. También tuve que trabajar en su relación con el dolor. Si bien es cierto que este es un proceso natural y necesario para no tener problemas mayores, deja de serlo cuando su intensidad es media/baja y nos permite soportarlo durante mucho tiempo, en ese momento se convierte en dolor crónico y/o inflamación crónica de bajo grado. Tuvimos que entender que el dolor como ella lo conocía no era normal. Que había que desaprenderlo para poder entenderlo de diferente manera”.
Desde el primer día hubo conexión y Ana, al ver los resultados, se entregaba al proceso que le proponía Víctor: “Era complicado tener que ir hasta Madrid para entrenar (Ana es de un pueblo de Toledo), pero si me volviera a pasar algo así iría con los ojos cerrados. La primera sorprendida de mi mejoría a base de ejercicio era yo, pero estaba encantada. Llegué a perder cerca de 15 kilos sin hacer nada de régimen, quitando sólo el pan porque no era bueno para mi inflamación y vigilando los dulces”.
Era una alumna/paciente ejemplar: “Ella estaba dispuesta a cumplir con todo lo que yo le decía a rajatabla. Primero quitamos el pan blanco, luego aumentamos las ventanas de ayuno, después metimos media hora de bici estática dentro del ayuno y, por último, introdujimos el entrenamiento de fuerza sabiendo respetar las dosis de ejercicio exactas para que su fuerza mejorase sin producir un mayor perjuicio”, comenta Víctor.
Y desde entonces, una nueva vida. “El cambio fue radical. Obviamente, hay días mejores que otros, pero he pasado de no poder andar y lo poco que intentaba lo hacía como si fuera una muñeca del anuncio de Famosa a hacer 9.000 pasos en un día y sin dolor. He recuperado mi vida porque me tiré meses sin salir a la calle y eso es muy duro”, argumenta Ana con una sonrisa a caballo entre la felicidad y el agradecimiento.
Ella sabe que tiene que insistir con los entrenamientos y los buenos hábitos, pero también que, al menos de momento y mientras no surjan complicaciones, ha regateado al quirófano. “No he vuelto a visitar a médicos por este problema, pero sigo en lista de espera de la Seguridad Social para la operación de la prótesis. De momento, ni me lo planteo porque estoy muy bien”.
Víctor, por su parte, continuará defendiendo el ejercicio como tratamiento preventivo a cualquier dolencia. “La medicina es una herramienta que nos protege ante la muerte, pero no nos da la vida que queremos. Es un negocio, que nos hace creer que nos cuida porque nos da soluciones a corto plazo, el caramelo que todos queremos. Come saludable, entrena fuerza, duerme ocho horas y, si tienes problemas de salud, ponte en manos de quien te haga trabajar duro”, concluye.