Hasta 1930, el sudor no interesaba en la investigación médica. Su único interés por aquel entonces era el mecanismo con el cual la evaporación del sudor de la superficie de la piel servía para enfriar al propio cuerpo. Pero, poco a poco, la sudoración comenzó a verse como algo digno de estudio, sobre todo al comprobar que no todas las especies animales sudan: solo los homeotermos o animales de sangre caliente lo hacen y para ello necesitan gládulas sudoríparas. ¿Por qué la Madre Naturaleza había hecho una diferencia evolutiva entre las distintas criaturas? Para saberlo hay que entender antes qué es el sudor.
El sudor es, fundamentalmente, un mecanismo de depuración importante. Una persona suda cada día el equivalente unos 700 centímetros cúbicos de líquido. En ese sudor hay cloruros, urea u orina, y amoníaco. Además, también se expulsan restos de proteínas, azúcares, potasio y bicarbonato, y metales como zinc, cobre, hierro, níquel, cadmio, plomo y manganeso.
Al mismo tiempo, sudar es manera natural de refrescarnos. El sudor está directamente relacionado con nuestra temperatura corporal. En ese proceso, el cuerpo segrega agua y sales minerales a través de los poros para, de esa manera, poder bajar la temperatura corporal.
Pero el sudor no obedece solo a causas físicas. Hay también un sudor emocional que se da cuando una situación nos estresa. En algunos casos, cuando se da en todo tipo de circunstancias, incluso cuando no se perciben como amenazantes, estamos ante un trastorno de hiperhidrosis que puede solucionarse, por ejemplo, poniendo bótox en aquellas zonas donde hay glándulas sudoríparas. Las palmas de las manos, la frente y las plantas de los pies están asociadas a la transpiración emocional. Ahí es donde las glándulas sudoríparas ecrinas, distribuidas por casi todo el cuerpo, se localizan en su mayoría.
Los desechos del sudor a causa de miedo, estrés o angustia parecen ser ligeramente distintos al olor del sudor por exceso de temperatura. Diferentes estudios realizados en la Universidad de Utrecht, en Holanda, o en la de Nueva York han servido para demostrar que estos aromas pemiten que nuestro cerebro, desde la nariz, sepa calibrar qué tipo de emociones esconde el sudor.
El sudor comunica información importante sobre nuestro estado mental. De la misma manera, distintos estudios sostienen que utilizamos la información que nos proporciona el sudor de otras personas para entender mejor el entorno. La especie humana se ha distinguido por adaptarse a la comunicación verbal, algo bastate reciente en la historia de la evolución.
Hasta la aparición del lenguaje, nuestros ancestros usaron para su beneficio la información olfativa que pasaba de la nariz al hipotálamo para juzgar si estaban, por ejemplo, ante un alimento en mal estado o en una situación de peligro. Mediante el sudor, podía percibirse desde lo más obvio -la temperatura ambiental- hasta si había una situación amenazante que provocaba la angustia del grupo.
Comprobar el sudor propio y ajeno también nos ha permitido desde tiempos ancestrales comprobar la intensidad de una emoción expuesta. En suma, la próxima vez que rompas a sudar piensa en todo lo que significa para los humanos esas pequeñas gotitas. Lejos de ser una incomodidad es un buen resumen de nuestro legado como especie.