Era solo un adolescente de 14 años cuando James Harrison tuvo que someterse a una operación quirúrgica en el pecho en la que le tuvieron que hacer una transfusión de sangre de 13 litros. Su recuperación fue lenta y tuvo que estar meses en el hospital hasta que sus fuerzas le permitieron salir y volver a su casa. Aquella experiencia marcó al hombre que hoy tiene 87 años y le llevó a hacerse una promesa: desde que pudiera, donaría sangre siempre que pudiese. Lo que quizá no sabía es que gracias a él se iban a poder salvar millones de vidas.
El australiano empezó a donar sangre en 1954, cuando cumplió los 18 años, y en total lo hizo 1.173 hasta que en 2018 se ‘jubiló’ con 81 años al superar la edad límite para ser donante en su país. En sus primeras donaciones los especialistas detectaron que su sangre contenía un anticuerpo bastante fuerte y persistente: la inmunoglobulina Rho (D), que se utiliza para evitar una respuesta inmune al tipo sanguíneo Rh positivo en personas con Rh negativo.
En general se le administra durante y después del embarazo a las mujeres con Rh negativo que son madres de bebés con Rh positivo para que no se creen anticuerpos contra la sangre del bebé. Así, fue clave en la creación de un tratamiento ante la enfermedad de Rhesus, una enfermedad hemofílica que hace que la madre produzca anticuerpos que destruyen los glóbulos rojos del feto, provocando que este nazca con unas mayores posibilidades de ser anémico, de tener daños neuronales o, en los casos más graves, la muerte.
Según datos del Servicio de Donación de Sangre de la Cruz Roja de Australia, con las donaciones de sangre de James Harrison se ha logrado salvar la vida de más de 2’4 millones de bebés, de ahí que popularmente se le llame ‘el hombre del brazo de oro’, porque gracias a su plasma se ha conseguido que millones de bebés lleguen al mundo sanos.
Tal es su reconocimiento en el país que en junio de 1999 fue galardonado con la Medalla de la Orden de Australia. “De la sangre que yo donaba tomaban el plasma y la llevaban a los laboratorios para producir inyecciones con el anticuerpo”, explicó hace unos años a la BBC. Las inyecciones luego se las ponían a las mujeres con Rh negativo que habían sido identificadas con ello en el inicio del embarazo.
La primera se suministraba durante los primeros meses de gestación, mientras que la segunda se les daba tras el parto. Lo que provocaba era que destruían los glóbulos rojos del feto que habían estado en la circulación materna, de tal forma que impedían que el organismo de la madre genere anticuerpos peligrosos que podrían causar graves complicaciones tanto para el bebé como en la madre para futuros embarazos.
“Durante mi última donación llegaron unas madres con sus bebés para agradecerme lo que he hecho. Fue muy triste, el fin de una era para mí. Mi propia hija recibió estas inyecciones. Eso me ha hecho muy feliz porque pude tener un nieto sano”, explicó cuando iba a ‘jubilarse’.