Todos tenemos en casa cosas que parecen formar parte del paisaje. Las toallas son una de ellas. Tenemos claro que hay que lavar la ropa o los enseres de la cocina, pero las toallas, simplemente, están ahí. Da cierta pereza ponerlas a lavar y tendemos a usarlas más de la cuenta, aunque tengamos la intuición de que habría que cambiarlas más a menudo. La noticia es que esa intuición es una realidad: hay que cambiar las toallas más de lo que pensamos.
Según explica en Instagram la cuenta Enséñame de ciencia (@ense_de_ciencia), las toallas deberían ir a la lavadora cada dos o tres días.
La toalla con la que nos secamos después de la ducha absorbe la humedad y con ella todo lo que recorre nuestro cuerpo: células muertas, restos de secreciones anales y urinarias y los propios gérmenes del baño. Nada de esto nos va a hacer daño porque proviene, en su mayoría, de nuestro propio organismos. Pero una vez que se quedan en la toalla, todos esos microorganismos se adaptan y empiezan a 'hacer su vida': nacen, crecen y se reproducen.
Las toallas húmedas son el caldo de cultivo perfecto para los gémenes: hay agua, temperaturas adecuadas, oxígeno y un Ph neutro, lo mismo que ofrece nuestro cuerpo, otro organismo cargado de microbios.
Si queremos que la toalla simplemente seque y no se dedique a extender gérmenes de un lado a otro de nuestra piel, tendremos que utilizarla un máximo de tres días. Es decir, en una semana, habría que cambiar, al menos, dos veces de toalla.
Si no es posible, sí hay que intentar secarlas preferiblemente en un espacio abierto, ya que la luz solar es un higienizante natural. La clave es que estén secas. Otro aspecto importante es que cada miembro de una familia disponga de su propia toalla.
Antes del primer uso, siempre hay que lavarlas en un programa corto para eliminar cualquier residuo creado durante su fabricación. Después de ese primer lavado, expertos como la organizadora profesional Pía Nieto comparten estas recomendaciones: