Hay un miedo todavía mayor al coronavirus que tienen muchas personas mayores. Es el Alzheimer, esa enfermedad que socava los recuerdos e incluso el habla de quienes la padecen. En nuestro país está ciertamente extendida: según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), la sufren cerca de 800.000 personas. Es, de hecho, una epidemia silenciosa que comienza a ser objeto de atención por parte del gobierno. Pero, además de las ayudas públicas, detectarlo precozmente puede ser clave para comenzar los tratamientos antes de que la enfermedad vaya a peor. Por ello, de la mano de 'Alzheimer Association', te damos las claves para identificar el principio de la enfermedad en tus seres queridos.
Es el más común y casi todos los pacientes empiezan por ahí. Desde esos cumpleaños grabados a fuego hasta los nombres de los nietos o algo que acaban de leer, la memoria comienza a resentirse. Primero son cosas nimias, sin importancia. Pero poco a poco se extiende a casi todos los ámbitos, utensilios o familiares. Si vemos que esto sucede con relativa frecuencia, debemos mantenernos alerta.
De repente, un día olvidan cómo regresar a casa después de ir a un lugar que conocen a la perfección. O esa receta de cocina que han hecho a lo largo de la vida. O encuentran dificultades para manejar cantidades de dinero (por ejemplo, a la hora de comprar el pan, empiezan a no medir el precio que han pagado toda la vida).
Aquello que han hecho durante mucho tiempo, tanto en el aspecto del hogar como en el aspecto laboral, empiezan a olvidarlo. ¿Cómo puede ser que me olvide de jugar al parchís si llevo toda la vida jugando? Como esto hay muchos ejemplos: guardar la ropa planchada, encender el lavaplatos, poner la mesa...
No saber en qué día viven, en qué mes o año se encuentran, si es verano, invierno, primavera u otoño... Las fechas se disipan y comienzan a no entender en qué momento se encuentran. Incapacidad de medir el tiempo, de saber si es día laboral o fin de semana...
Un día comienzan a perder facultades a la hora de, por ejemplo, leer un libro, ver una película o saber de qué color es algo. Esto se suma a la dificultad que va apareciendo para calcular distancias (por ejemplo, de casa al supermercado)
No poder seguir el hilo de una conversación o tener dificultades a la hora de entrar en ella, aunque sea un tema que dominen a la perfección, es uno de los síntomas que hay que tener en cuenta a la hora de detectarlo precozmente. A esto se suma la imposibilidad de encontrar un término correcto, la repetición de frases u olvidar el nombre de objetos cotidianos.
Un ejemplo muy claro. Acaban de dejar el teléfono encima de la estantería, se sientan y cuando lo buscan no saben dónde está. No recuerdan qué acaban de hacer, dejan objetos en sitios que no les corresponde (guardar las servilletas en el cajón de los cubiertos).
La frustración que generan los apartados anteriores los lleva a tener cambios de humor muy acusados. Pasan de estar extremadamente felices a ponerse tristes o retraídos, pensativos, lo que les lleva a desconectar del mundo.
De repente comienzan a vestirse y actuar de forma extraña sin ser conscientes de ello. Para ellos es normal, pero desde fuera es fácilmente detectable. Tomar las decisiones más fáciles se convierte en algo completamente imposible.
Las dificultades que comienzan a experimentar los hacen ser más pasivos respecto a las actividades sociales que antes realizaban con gusto. Dejan de hablar, de ser cordiales con las visitas y empiezan a sumergirse en su mundo.