Lleva en las casas toda la vida, pero ha tenido que llegar el coronavirus para ponerla en el lugar que merece como 'reina de la desinfección'. Nos referimos a la lejía, el producto de limpieza que todos asociamos a un olor y casi a una época. Ha vuelto por la puerta grande, reclamada por la OMS, y actualizada a los nuevos tiempos. Basta un dato: en la primera semana de confinamiento sus ventas aumentaron un 153%.
Según el Real Decreto 349/1993 de 5 de marzo que regula la reglamentación técnico-sanitaria de las lejías, "se entiende por lejía las soluciones de hipoclorito alcalino con un contenido de cloro activo no inferior a 20 gramos por litro ni superior a 110 gramos por litro". Explicado de manera menos técnica, la lejía, o hipoclorito de sodio, se obtiene a partir de la sal común. Una vez usada, vuelve al medioambiente donde se degrada en apenas minutos convirtiéndose de nuevo en sal. Las lejías también pueden contener cloruros alcalinos y pequeñas cantidades de otros productos para mejorar la estabilidad o presentación de estas soluciones.
En función de su contenido en cloro activo, las lejías se clasifican en lejías diluidas y lejías concentradas. Ser de un tipo u otro implica una dosificación distinta, aunque ambas pueden utilizarse para el entorno doméstico.
Las lejías diluidas tienen un cloro activo máximo de 57 gramos por litro con una alcalinidad total en óxido de sodio del 0,9%. Las concentradas llegan a 110 gramos por litro de cloro activo y el doble de alcalinidad en óxido de sodio. Las lejías diluidas pueden venderse en envases de hasta 2,5 litros, mientras que las concentradas, solo se comercializan en envases de 1 litro.
Las lejías de uso alimentario, recomendadas para desinfectar básicamente frutas y hortalizas, se destinan a eliminar las bacterias que más frecuentemente contaminan a los alimentos, entre ellas, Enterobacterias, Escherichia Coli o Salmonella. La composición de estas lejías está comprendida entre 20 y 110 gramos de hipoclorito de sodio por litro, obtenido a partir de materias primas de pureza farmacéutica bajo estrictos controles de calidad. Estas lejías están exentas de detergentes y de cualquier otra sustancia tóxica, aunque siempre debemos verificarlo leyendo la etiqueta.
La lejía ya no es lo que era. A la clásica lejía concentrada con el olor que todos conocemos se suman nuevos formatos: en gel con detergente añadido, líquida, con la opción perfumada, y en pastillas.
La lejía con detergente es menos corrosiva y admite más usos que la concentrada. El detergente, además, contribuye a eliminar el olor penetrante del cloro, que puede ser irritante para las mucosas. La lejía perfumada suele ser concentrada con algún neutralizador de olor, aunque los fabricantes aún no han dado con la sustancia capaz de eliminar el aroma a cloro.
Recientemente ha salido al mercado unas pastillas con 'efecto' lejía. No es lejía propiamente dicha, pero sí posee sustancias blanqueantes y desinfectantes, por lo que cumple funciones similares con la ventaja de eliminar las temidas salpicaduras que pueden decolorar ropa o superficies y de ocupar menos espacio: una caja de 32 pastillas equivale, según los fabricantes, a cuatro litros de lejía.
Los productos con hipoclorito sódico se pueden usar como un limpiador doméstico general para desinfectar todas las superficies lavables y ayudar a prevenir la propagación de microorganismos como el coronavirus.
La lejía requiere ciertas precauciones para su manipulación. Por esa razón ha estado menos presente en los hogares a favor de otros productos menos lesivos. Pero durante la pandemia se ha revelado como una sustancia insustituible para la desinfección, aunque debamos seguir manteniendo precauciones: