¿Está la sinceridad sobrevalorada? Decir la verdad en todo momento o ir siempre de frente son actitudes que nos han inculcado como positivas desde pequeños, pero que en realidad son insostenibles. Soltarle toda la verdad a alguien puede provocar más daños que beneficios. Es más, una vida sin mentiras sería un auténtico caos. Probablemente si lleváramos el sincericidio hasta sus últimas consecuencias no tendríamos amigos, ni pareja, ni trabajo. No vale decir todo lo que se piensa, sino pensar lo que se dice. Pero, ¿cómo saber cuándo es mejor no decir (toda) la verdad?
Es evidente que hay diferentes grados de verdad, desde las verdades absolutas hasta las subjetivas o relativas. El sincericidio como faceta psicológica no tiene que ver con las primeras, sino que está más asociado con las relaciones sociales cotidianas. Surge cuando una persona transmite información veraz sin filtros, sin empatía, como un acto egoísta que no tiene en cuenta el estado de ánimo del otro. Cree que decir las cosas 'tal y como son', aunque no se ponga en el lugar de la otra parte, es una muestra de coherencia.
No todas las personas lo hacen adrede, pero dar ciertas informaciones sin ningún tipo de filtro, de forma rápida y directa, más que un apoyo puede ser un castigo. Tan duro puede ser para el oyente escuchar una mentira como oír la verdad sin un análisis previo de sus consecuencias. Las consecuencias de ese 'sincericidio' van desde crear conflictos graves con personas importantes en nuestra vida hasta dañar de manera significativa la autoestima de la otra persona.
La experiencia y el sentido común son la mejor guía para descubrir por nosotros mismos cuándo es mejor no decir la verdad. El respeto, la responsabilidad y el afecto deben ir por delante de la honestidad. A la hora de evitar el sincericidio conviene ponderar qué vamos a conseguir diciendo la verdad. Si nuestra honestidad no aporta valor a la conversación o va a traer más daño que beneficio, es mejor callar.
En muchas ocasiones es mejor una mentira constructiva que una verdad destructiva. Pongamos el caso de un hijo que lleva meses esforzándose con mucha ilusión con la pintura pero nosotros no vemos que haya hecho avances significativos. En vez de decirle que jamás va a llegar a ser un Velázquez o un Picasso, deberíamos animarle a seguir trabajando esgrimiendo que en el arte un 5% es cuestión de talento y el otro 95% es producto del trabajo duro. Hay que recordar que no decir (toda) la verdad no es lo mismo que mentir, especialmente en estos casos cotidianos.
Las mentiras piadosas también alcanzan al ámbito de la pareja. De hecho, no existiría pareja en el mundo si se aplicara la sinceridad absoluta durante las 24 horas del día. Pero no decir toda la verdad no nos convierte en personas deshonestas. Al contrario, ponerse en el lugar de la otra persona y analizar cómo puede afectar ciertas informaciones puede ayudar a fortalecer nuestros vínculos.