El nombre de 'frenemy' está admitido en la lengua inglesa. Se refiere a la persona que finge ser amigo, pero, en cierta medida, es un enemigo o rival. En español no existe término parecido, pero el neologismo 'amienemigo' puede valer. Si la palabra no existe, la idea, sí. Quien más y quien menos ha sufrido la traición de alguien a quien creía su amigo. Quien más y quien menos también se ha sentido decepcionado cuando en un mal momento la persona a quien creías cercana se ha distanciado sin razón. Los aminenemigos no son son amigos instrumentales, esos cuya amistad se teje por una circunstancia y se desteje si la circunstancia acaba. En ese caso, los términos de la relación están claros. La amienemistad se caracteriza, precisamente, por la ambigüedad.
Ser capaz de detectar las señales que emite un 'frenemy' o amienemigo y hacer lo necesario para distanciarse de él es fundamental para preservar la salud física y mental. Y también para poder ser más felices. La conversación interna que mantenemos con nosotros mismos resulta clave en la manera en la que nos afectan las cosas. Arthur C. Brooks, profesor de Liderazgo público y privado en la Universidad de Harvard, lo explica de manera ilustrativa en su libro 'Construir la vida que quieres', escrito junto a la periodista americana Oprah Winfrey.
En opinión de este experto, partimos del concepto equivocado de que necesitamos ser felices. Pero en la mayor parte del mundo, con unas condiciones de vida que garantizan el bienestar de las personas, las bases de la felicidad están creadas. Seamos conscientes o no, vivir en cierta parte del mundo ya nos coloca en esa senda. La cuestión es cómo mejorar, cómo ser más felices. En esa búsqueda, los amigos que lo parecen, pero que no lo son, pueden suponer un escollo difícil de esquivar precisamente por eso: porque nos cuesta creer que esa persona tan cercana no quiera nuestro bien.
Siempre aparecen en los momentos claves de nuestra vida. Pueden ser, incluso, más serviciales que el resto de nuestro entorno y tienen una razón para ello. "Identificar a los amienemigos no es fácil porque se comportan precisamente para esconder sus verdaderas intenciones. A veces, actúan de manera tan sutil que terminamos preguntándonos si no nos estamos volviendo paranoicos", explica Brooks en The Atlantic.
Otras veces, sencillamente, no queremos admitir la realidad: ese amigo no nos quiere bien. En muchos casos, tenemos una relación de ambivalencia en la que, por ejemplo, sentimos que esa persona no termina de gustarnos ni llegamos a confiar en ella, pese a que la imagen externa es la de una amistad verdadera.
Aunque estas relaciones, siempre colindantes con la traición, son tan antiguas como el mundo, los descubrimientos de los efectos que producen en la salud son recientes. El profesor de Harvard, famoso también por sus charlas TED y por conducir algunos de los podcast sobre felicidad más populares en Estados Unidos, conoce bien los desencadenantes fisiológicos que se dan cuando tratamos de manera continuada con estas personas. "Muchos estudios muestran que la presión sanguínea sube de manera importante cuando se trata con estas personas: mucho más que cuando tratamos con amigos verdaderos e, increíblemente, mucho más que cuando tratamos con enemigos", asegura el experto.
Volvemos así al punto de partida: el problema de los amienemigos es su ambivalencia. En un amigo, confiamos. Del enemigo, nos mantenemos lejos. Con los amienemigos, la relación es mucho más compleja. Puede que en estos momentos, estés pensando quién lo es de tu entorno o estés confirmando lo que sospechabas hace tiempo.
Para salir de dudas, Brooks propone un test básico para saber si nos las estamos viendo con un aliado o con un enemigo vestido con piel de amigo. Estas son las tres preguntas que deberíamos hacernos:
No es descabellado que nosotros mismos nos hayamos convertido en amienemigos de manera involuntaria, sobre todo en las relaciones con muchas horas de vuelo en las que se ha compartido buenos y malos momentos, tensiones incluidas. "Quizás podemos haber caído en patrones poco sanos o albergamos sentimientos de resentimiento que están envenenando de manera subterránea las relaciones con esa persona. Puede ser, incluso, que nos hayamos convertido en amienemigos mutuos", aventura el experto.
En cualquier caso, estemos de manera activa o pasiva en el entorno de la amienemistad, siempre podemos convertirnos es mejores amigos; es decir, una fuente auténtica de compañerismo, ayuda, confianza, validación y seguridad.