La vida esconde paradojas. Nos pasamos el tiempo eligiendo cosas, situaciones y personas. En ese proceso, siempre hacemos la salvedad de que a la familia no se la elige. De ahí que en los últimos tiempos sea tan importante el concepto de la familia elegida, el entorno de personas que hemos querido para nosotros.
La pregunta es si nos sentimos menos bien con alguien por no haberlo elegido como compañía. Se trata de una pregunta envenenada porque, pensándolo bien, ninguna persona se elige a sí misma para convivir o tener una relación estrecha. No nos hemos elegido y quizá ni siquiera nos gustamos. ¿Puede ser esa la causa de la infelicidad? Partiendo de esta base, el profesor de Harvard y experto en felicidad Arthur Brooks comparte las claves para lograr llevarse bien con uno mismo.
Las emociones son señales que nuestro cerebro consciente nos envía para que prestemos atención y tomemos acción en algo que está ocurriéndonos. La metacognición (literalmente, saber que sabemos) implica dar un paso atrás: ver qué reacciones se están produciendo en mí, valorar si son buenas o malas y decidir qué se hace con ellas. Aunque lo parece, nada de ese proceso es fácil porque solemos ser secuestrados por la amígdala, la parte menos evolucionada de nuestro cerebro.
Hay que decir que la evolución juega en contra: precisamente porque es vital para la supervivencia, la amígdala tiene una conexión directa con el córtex prefrontal, el encargado de las funciones ejecutivas. Eso es lo que explica que la furia pueda expresarse de una manera tan rápida y directa en nuestras acciones, algo muy útil cuando estamos en peligro de muerte, lo que, a día de hoy, es excepcional. Contar una serie numérica, más larga cuanto más explosiva es la reacción que estamos valorando, es la herramienta más fácil y básica para dar un paso a atrás y observar qué nos está pasando. Además, el experto de Harvard comparte otros recursos:
Nadie es como quiere ser, ya sea porque se ha nacido en un entorno vulnerable o, todo lo contrario, porque la vida regalada ha terminado haciendo daño. Los filósofos de la Antigüedad ya se dieron cuenta de que ningún ser humano está conforme a sus condiciones. En el siglo III a.C. el estoicismo lanzó una propuesta: aun cuando no se puede controlar lo que ocurre alrededor, sí se puede controlar la manera en que lo pensamos.
Arthur Brooks sostiene algo parecido: no hay que dejarse engullir por las circunstancias. Primero, hay que analizarlas muy bien y ver si hay posibilidad real de cambio o mejora. Aquí es importante que las expectativas sean realistas, pero la buena noticia es que cada persona es libre de decidir si opta por cambiar las circunstancias o la manera en la que esas circunstancias le afectan.
Es cierto que hace millones de años no había tiempo en una situación crítica para pensar. Había que huir para evitar ser devorado por el depredador. Afortunadamente, no es ya el caso. Para ser felices con nosotros mismos, según señala el experto de Harvard, hay que dejar los mecanismos adaptativos malos: la rumiación, la culpabilidad o las conductas autodestructivas como la ingesta de alcohol, drogas o cualquier hábito que nos dañe. Si una situación nos molesta, analicémosla por escrito, relativicémosla (seguramente no es nada personal y le ocurre a más personas) y elige aceptarla sin concederle demasiado crédito o poder sobre ti. Cada persona es mucho más que su circunstancia.
Hemos visto que podemos decidir qué sentimos en el presente. ¿Pero qué hacemos con los recuerdos? Muchas personas no terminan de estar a gusto en su piel porque un pasado doloroso las atrapa y les impide ser felices. Podríamos pensar que no tenemos ninguna posibilidad de éxito con el pasado. Error. La metacognición vuelve a ayudarnos.
Algunos cuentos nos hablan de esos personajes que huyen de una situación para eludir el destino, pero el destino, en este caso, el pasado, siempre nos aguarda. Viaja con nosotros. La realidad es que no podemos cambiarlo, pero sí cambiar la percepción que tenemos de él. En este caso, se trata de resignificar esos momentos del pasado que nos perturban con una mirada nueva y compasiva. Muchos estudios demuestran que reescribir el pasado con aceptación y lucidez nos permite anticipar certeramente el futuro; por esta razón, los humanos somos grandes viajeros en el tiempo.
Reescribir el pasado también nos permite reconciliarnos con nosotros mismos. Solo así somos capaces de entender por qué hemos llegado a este punto del camino, qué explica que estemos en esta circunstancia y de qué manera podemos superarla o, al contrario, permanecer en ella. Quizá creamos que ha llegado el momento de huir del pasado, pero, como en la leyenda, el pasado siempre nos espera. Está antes de que hayamos llegado a nuestro destino. Asumirlo de manera amable y consciente hará que lo veamos de otra forma y de que incluso se convierta en un buen compañero de viaje.