Carl Honoré pasa por Madrid antes de viajar a Santander para presentar 'Tiempo de Arte. Slow Art Circuit', una iniciativa pionera que tuvo lugar en el Centro Botín de la capital cántabra. Su objetivo es mostrar el valor del arte y su papel como transformador y benefactor social. El arte, en cualquiera de sus formas, demanda una mirada pausada. Y nadie mejor que Honoré para compartir su experiencia de "correcaminos total" a observador pausado, aunque el tiempo corra inexorablemente en el hotel donde tiene lugar la entrevista.
¿Qué tienen en común el arte y el movimiento Slow?
El arte puede ser un gran aliado del movimiento Slow. El arte es uno de los antídotos de la prisa. Por eso vamos de la mano: el movimiento Slow quiere recuperar la calma, la tranquilidad, la calidad, la conexión, la humanidad... La prisa nos deshumaniza. La lentitud nos rehumaniza.
¿El arte nos enseña observar con detenimiento?
Para hacer arte y también para experimentarlo, uno tiene que desacelerar, ralentizar, ir más lento, bajar las revoluciones. El arte nos invita a hacer cosas que son como la piedra angular del Movimiento Slow. Nos invita a parar, a sentir profundamente, a observar, a reflexionar, a cuestionar, a sentir plenamente, incluso a buscar lo trascendente.
Ahora hay mucha oferta con el adjetivo "lento" (slow food, slow fashion), pero hasta hace unos años ser lento era algo peyorativo. ¿Cómo descubriste el valor de no ir tan rápido?
Yo era un correcaminos total en mi vida de antes. Ahora tengo un 'después' muy diferente, ¿no? Algunas personas necesitan una crisis existencial, alguna especie de epifanía, para empezar a hacer las cosas con otro ritmo. Yo me di cuenta de que había perdido la brújula cuando empecé a leer cuentos a mi hijo porque en aquella época yo era incapaz de frenarme.
¿Y eso afectaba también a la manera en cómo te relacionabas con tus hijos?
Sí. Mi versión de 'Blancanieves' era tan acelerada que apenas tenía tres enanitos. Llegué al punto de coquetear con comprarme un libro llamado 'Cuentos para antes de dormir' de un minuto; o sea, 'Blancanieves' en 60 segundos. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que no podía seguir por ese camino: estaba acelerando la vida en lugar de vivir.
¿Ser lento es hacerlo todo lento?
Al contrario. Hacerlo todo lento sería absurdo. No soy un extremista de la lentitud. A mí me encanta la velocidad. Y, a veces, hacer algo más rápido es mejor. Lo sabemos todos. El Movimiento Slow, con la S mayúscula, consiste en hacer las cosas a la velocidad adecuada, al ritmo correcto, al 'tempo giusto', como dicen los músicos. A veces rápido, a veces más despacio. En el fondo, el credo Slow es privilegiar la calidad a la cantidad, es estar presente, es saborear los minutos y los segundos, en lugar de contarlos, es hacer una cosa a la vez... En el fondo, ser Slow significa hacerlo todo no lo más rápido posible, sino lo mejor posible.
¿Están conectadas la lentitud y la conciencia plena, el famoso Mindfulness?
Para mí son dos caras de la misma moneda. Es el súper poder de estar presente y vivir plenamente el momento, en lugar de tratar de hacer malabares con cuatro momentos al mismo tiempo.
Dices "para prosperar en un mundo rápido, hay que ir más despacio". ¿Qué beneficios nos aporta conectar con nuestra tortuga interior?
Conectar con nuestra tortuga interior es un súper poder en un mundo adicto a la velocidad. Sacrificamos muchas cosas en el altar de la prisa y las recuperamos desacelerando. Recuperamos la salud física y mental, recuperamos la creatividad, la productividad, las relaciones humanas... Tenemos más conexiones, más vínculos con los demás. Y también recuperamos esos momentos de serenidad, de soledad, momentos para reflexionar. La cultura de la prisa está basada en la reacción. La cultura Slow está basada en la reflexión.
¿Podemos funcionar solo con reflexión?
Necesitamos las dos cosas, acción y reflexión, pero si reconectamos con nuestra tortuga interior, alcanzamos la paz interna.
¿No crees que hablar de calidad está reñido con los tiempos de trabajo tan exigentes y tan extensos? Algunos países están valorando implantar la jornada laboral de cuatro días. En general, ¿no trabajamos demasiado?
Yo creo que vivimos en una cultura de trabajo sumamente tóxica y venenosa, súper dañina para todos. Y tenemos que reinventar la cultura del trabajo para poner al ser humano en el centro. Y para mucha gente esto implicaría trabajar menos, reducir las horas de trabajo para trabajar mejor porque es uno de los grandes mitos de la cultura 'fast'.
¿Así de claro?
Solo tenemos energía hasta cierto punto y nuestra atención es limitada. No podemos seguir trabajando y trabajando porque vamos a terminar quemados, en un estado de 'burn out'.
¿Conoces grandes empresas que hayan avanzado en este sentido?
Hay muchas empresas que ya están avanzando la filosofía Slow. Un buen ejemplo es Microsoft Japón que hace poco experimentó con una semana laboral de cuatro días durante cuatro semanas. Al cabo de esas cuatro semanas se dieron cuenta de que la productividad había aumentado un 40%. Eso es dar un salto impresionante. Hablamos de Microsoft Japón, una empresa en un sector muy competitivo y rápido de la economía mundial.
¿Cómo podemos crear ambientes libres-de prisa?
Un primer paso para crear ambientes menos sobre-estimulados empieza por la parte física, reordenar el ambiente creando espacios dedicados a la lentitud. Por ejemplo, una sala tranquila donde no hay internet o donde no hay luces muy fuertes, donde hay silencio para que la gente pueda reconectar con ese ritmo más suave, más tranquilo, más humano.
¿Qué hacemos con la tecnología?
Yo no soy ningún ermitaño. Tengo un i-phone, un i-pod... ¡Fantástico! Pero todos los aparatos tienen un botón rojo que dice 'apagar'. El botón de off hay que usarlo tanto en la familia, en la vida privada como en el espacio público o en el trabajo. Tenemos que forjar una relación diferente, mucho más sana, con los 'gadgets' electrónicos, usándolos cuando tiene sentido y apagándolos en los momentos humanos, que siempre son los más lentos.