Ana y Rafael tienen lista su particular performance para afrontar la crisis del coronavirus. "A la misma hora que media España vaciaba los supermercados, nosotros salimos, como siempre, a dar nuestro paseo de media tarde y al pasar por el kiosco, decidimos comprar una baraja de cartas nueva, sin virus", dice el marido entre risas.
Con el cierre del centro de día al que acuden cada día a pasar el rato, saben que les esperan muchas partidas en casa. "En nuestra larga vida -79 y 82 años- nunca habíamos vivido nada semejante", confiesa Ana, ama de casa jubilada. Aparte de la baraja, este matrimonio vive estos días aferrado a una agenda que ha rescatado en un cajón del salón. En ella, han anotado el teléfono de emergencias al que deberán llamar si empiezan a apreciar alguno de los síntomas del coronavirus. "900 102 112 -memoriza Rafael, funcionario del ferrocarril, también jubilado-. La hemos colocado aquí, bien pegada al teléfono fijo para estar seguros".
Lo más curioso es que cada uno tiene su móvil y lo manejan sin dificultad. "Confiamos más en lo tradicional", dicen casi al unísono. En un momento de urgencia o de nerviosismo, sienten que el móvil puede resultar más confuso. En la agenda están sus viejos contactos, algunas amistades nuevas, los que se van incorporando a la familia y alguna anotación. "Si hay que apuntar algo, siempre va a resultar más rápido que hacerlo con teléfono móvil. El teclado virtual supone un engorro en esos momentos de urgencia. Mejor hacerlo de nuestro puño y letra".
Su testimonio es el ejemplo de cómo nuestras cosas acaban formando parte de nosotros mismos y la inseguridad emocional que está viviendo ahora el país exacerba la necesidad de apegarse a ciertas pertenencias. El teléfono fijo es para ello sinónimo de tranquilidad ante la posibilidad de tener que pedir auxilio.
Según un estudio realizado por el psicólogo Gil Diesendruck, de la Universidad Bar-Ilan de Israel, y su colaboradora Reut Perez, los seres humanos somos animales sociales y si nos falta un apego seguro a alguien querido tendemos a dotar de un significado profundo a ciertas cosas materiales. En este caso, una agenda y un teléfono fijo. Lo esencial para sentirse emocionalmente seguros y rellenar ese vacío que en el aislamiento está dejando la ausencia de relaciones humanas, al menos físicamente.
Este tipo de investigaciones que tratan de entender la relación entre los seres humanos y su sensación de seguridad se basa en trabajos que iniciaron algunos psicólogos como Donald Winnicott en la segunda mitad del siglo XX, quien propuso que cuando un niño empieza a percibir su yo independiente de la madre aprende a sentirse más seguro aferrándose a un objeto.
Para Ana y Rafael el teléfono y el listín telefónico es su cordón umbilical con la vida. Les reconforta en esa soledad impuesta por las autoridades sanitarias para proteger a los mayores de la infección del coronavirus. "Son cosas que están a prueba de pérdidas y de daño por virus e incidentes similares", insiste Rafael después de haber visto desastres así en su gente más cercana.
Siempre usaron agendas y calendarios para gestionar el tiempo a su manera, anotar recordatorios, guardar algunas facturas y otros asuntos del día a día. "Todavía nos gusta tenerlos a mano. Aunque la vida sea ya pura rutina, siempre hay cumpleaños, comidas familiares y otros eventos", relatan. Para Nick Neave, psicólogo evolutivo de la Universidad de Northumbria, en Inglaterra, esta relación y la satisfacción de conservar ciertas pertenencias forman parte de nuestra herencia evolutiva, igual que lo fue (y, según parece, sigue siendo) guardar comida. Es un mecanismo de supervivencia.
Esta pareja de origen leonés que vive en el barrio madrileño de Delicias desde hace seis décadas no se ha planteado todo lo que se está hablando de mayores y coronavirus como un estigma hacia los ancianos. "No creemos que esto forme otro modo de ver a los adultos mayores que luego puedan copiar los niños, como si llegar a la vejez fuese algo malo".
Reconocen que tener que estar recluido en esta etapa de la vida es aún más desmoralizador e intensifica el sentimiento de soledad que de por sí suele acompañar a la vejez. Pero entienden que es estrictamente necesario y por eso no lo viven como una vivencia desagradable. Ese teléfono y esa agenda a la que se han aferrado les comunica con la vida, con sus amistades, con sus familiares o con emergencias en caso de necesidad. "Para el resto ya habrá tiempo", se despiden esperanzados.