Nuestro país reclama un cambio en el tratamiento del suicidio. De la vergüenza y el silencio hemos pasado a pedir palabras e información para poder romper con el tabú, que tanto daño ha hecho y sigue haciéndonos. Quitarse la vida para dejar de sufrir no es un capricho, sino una enfermedad. Y así debe ser tratado. Los ciudadanos piden ahora que la salud mental sea incluida en la Seguridad Social con garantías y sin listas de espera que se alargan meses. Algo está cambiando, pero queda mucho por hacer. Repasamos este cambio de enfoque con expertos, que nos dan el prisma histórico y psicológico de este crucial asunto.
Cada dos horas y cuarto se suicida una persona en nuestro país. Once cada día, según el Observatorio del Suicidio en España. El mayor número de decesos por suicidio se produce entre los 40 y 59 años, un 41% del total. Cada dos horas y cuarto se suicida una persona en nuestro país. Once cada día, según el Observatorio del Suicidio en España. En 2020, 3.941 personas, 270 más que el año anterior. Son las peores cifras desde que hay datos y, aunque aún no se han publicado las de 2021, la perspectiva es aún más pesimista.
Es la principal causa de muerte no natural en nuestro país, triplicando a los accidentes de tráfico y superando 13 veces el número de homicidios dolosos y asesinatos y 85 veces los fallecimientos por violencia de género. Después de los tumores, es la primera causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años.
La actriz fallecida no habló abiertamente de ello, pero sí de la depresión y de la enfermedad mental en sus últimas entrevistas: "La depresión es una enfermedad y la sociedad solo evita hablar de ella". Sus palabras recuerdan un dato más: cada año se producen 80.000 tentativas de suicidio y al menos dos millones han tanteado alguna vez esa posibilidad.
También los datos que aporta la OMS a nivel mundial son sobrecogedores. Cada 40 segundos, un suicidio. Y por cada uno ocurren 20 intentos. Si terminásemos de romper el estigma que lleva al silencio o a notificar muchas muertes como accidentes, el Colegio Oficial de Psicólogos sospecha que las cifras serían aún más alarmantes.
Son razones para hablar del gran tabú de la salud mental y el fallecimiento de la actriz reabre de nuevo el problema silenciado del suicidio. ¿Hay un pacto tácito en la sociedad para evitar el efecto contagio?
La sospecha, cada vez más discutida, se originó con la ola de suicidios que se produjo tras la lectura masiva de la novela 'Las penas del joven Werther', de Goethe, en 1774. La confirmó después New York Times al observar un incremento de estas muertes durante el mes posterior a una información en su portada. Por otra parte, existe la sensación de que la mención de la palabra suicidio mancha de alguna manera la memoria de esa persona o daña a sus seres queridos.
El tabú empieza a derrumbarse, pero el debate es complicado. ¿Por qué se suicida el ser humano? Nos sorprenderá saber que las motivaciones que nos lleva a apearnos de la vida apenas han variado desde que se tiene noticia del suicidio, hace ya 4.000 años.
El psicólogo Miguel Guerrero Díaz expone algunas de ellas en su ensayo 'Reflexiones sobre el suicidio desde la mirada histórica': "Acabar o escapar de un sufrimiento psíquico insoportable, terminar con el padecimiento de una enfermedad terminal, dejar de sentirse una carga, expiar una culpa, sentir vergüenza o sentirse injustamente tratado, acabar con un estado de desesperanza, la fantasía de querer reunirse con un ser querido fallecido, huir de la soledad o alienación social, suicidarse por pasión o considerar que la vida ya no tiene sentido".
El psicólogo Juan Moisés de la Serna nos habla de una ola silenciosa de suicidios que está dejando la pandemia, "tanto entre los contagiados como entre los que tenían sospecha de estar o simplemente no han soportado la incertidumbre de la situación. Todo ello añadido a la crisis económica que sufren muchas personas". A pesar de la evidencia, todavía nos resistimos a hablar ello y recurrimos a eufemismos.
El de Verónica Forqué no es un caso aislado en el entorno del espectáculo y las redes sociales. ¿Por qué se suicidan los famosos? De la Serna responde que existe en ellos el plus añadido de la exposición pública y el juicio a todo lo que hacen por parte de desconocidos que opinan sobre ellos. "Son muchos los que huyen de las redes sociales acosados, chantajeados y timados, y cuelgan el cartel de que lo dejan por su salud".
Recuerda, además, que hay una conexión muy cercana entre el uso de las redes y la probabilidad de sufrir depresión. "Creemos saber todo acerca de esas vidas, pero no conocemos sus fortalezas y debilidades o cómo puede afectarle la presión social a su salud mental".
Estas personas dan la voz de alerta de lo que está pasando y dan cuenta de esa realidad de la que nadie desea hablar, como ocurrió también con la depresión de Simone Biles en el ámbito deportivo. "Lo importante no es hablar, sino saber que hay que tomar medidas para su prevención. Mientras no se haga, el número de casos seguirá en aumento, tanto por la crisis sanitaria como por la crisis económica.
El cerebro sigue siendo el gran misterio científico y lo que conocemos de nuestra mente no es más que la punta de un gran iceberg. "Quienes padecen enfermedad mental merecen un tratamiento sumamente delicado y exquisito porque las consecuencias pueden ser muy dañinas", opina Andoni Anseán Ramos, presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, al tiempo que critica los fines mercantilistas y políticos con los que en ocasiones se expone este problema. "Este delirio en la exposición sí es altamente contagioso y más peligroso cuanto más se mantiene en el tiempo favoreciendo clichés y nuevos estigmas".
En el recorrido histórico que hace Guerrero Díaz, se observa que, aunque las razones del suicidio no han cambiado, sí lo ha hecho la forma que le ha ido dando el ser humano a través del tiempo y las diferentes culturas. En la prehistoria, algunos ancianos y enfermos se inmolaban como un sacrificio por el bien de la comunidad. En el año 2000 a.C. aparece en Egipto el primer texto escrito en forma de poema que menciona el suicidio. "En la mayor parte de las civilizaciones de la antigüedad era aceptado como el tránsito a otra dimensión inmortal", dice el autor.
Grecia comienza a estigmatizarlo y a considerarlo un delito contra el Estado y un acto impío a la vista de los dioses. En la Biblia, sin embargo, se relatan hasta nueve suicidios sin que exista ni condena ni apología. Pero el martirio voluntario de miles de seguidores de Cristo alarmó a los primeros obispos y, siguiendo con este trayecto que marca Guerrero, hubo que inventar un relato teológico que frenase estos actos. San Agustín de Hipona lo condenó y lo presentó como una clara violación del quinto mandamiento "no matarás". También en la Edad Media se rechazó y trató al suicida con extrema crudeza.
El Romanticismo le dio un cariz humanista y a partir del siglo XVIII, con el avance de la ciencia, se empezó a patologizar. El problema es que al descriminalizarlo quedó ligado a toda clase de locura. Poco a poco, se desprende de su carácter peyorativo para entenderse como un acto de máxima libertad y expresión de un estado de desesperanza.
Ya en el siglo XX se plantean estrategias de prevención, atención especializada en salud mental, identificación temprana y tratamiento de la depresión, el alcoholismo u otros trastornos. Hoy el gran desafío es, según Guerrero, comprender el suicidio como fenómeno sociológico e histórico que vaya aún más allá de la patología para ofrecer un abordaje integral.
"Si algo nos ha enseñado la historia -reflexiona De la Serna- es que las sociedades expuestas a situaciones críticas tienen dos opciones, cambiar o volver a la rutina. Por desgracia la mayoría de las sociedades opta por lo segundo. Y tras las desgracias, no todo el mundo sabe adaptarse". En esa vuelta a la rutina se ha producido un pico de casos de problemas del estado de ánimo en cuanto a ansiedad y depresión que a veces provocan un desencadenamiento fatal.
Los expertos hablan de la gran decepción y lo vieron venir. "El trastorno por estrés postraumático se está manifestando de forma importante en la población, un aspecto sin duda preocupante dada la baja proporción de psiquiatras y psicólogos por cada 100.000 habitantes, muy por detrás de países nórdicos. Esto significa que a muchos no les llegue la ayuda que necesitan". Lamentablemente, tiene que haber un suicidio para que todo esto salga a la luz.